Desde hace más de 20 años, en Bogotá funciona una política pública de seguridad alimentaria y nutricional para mitigar el hambre en poblaciones vulnerables que solo así pueden probar un plato de comida caliente, balanceado, nutricional y lo más importante, servido con dignidad.
Los comedores comunitarios están ubicados en zonas estratégicas de la ciudad donde hay mayor presencia de habitantes de calle, recicladores, desplazados de la violencia, víctimas del conflicto, personas en indigencia y ahora migrantes, que día a día llegan al país buscando una sola oportunidad de vida y que por consiguiente, sin recursos al menos para alimentarse.
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Un equipo periodístico de La FM y Radio Red, de RCN Radio, se desplazó al Comedor Comunitario del barrio Pardo Rubio, enclavado en las frías montañas de los Cerros Orientales de la ciudad.
Allí funciona uno de los comedores más grande de la ciudad, donde a diario llegan más de 150 comensales, que previamente y para acceder a ese privilegio, deben inscribirse ante la Secretaria de Integración Social del Distrito, para ser admitido.
Digo "privilegio", porque así lo reseñan los beneficiados, que empiezan a llegar casi desde las 11 de la mañana, pues el hambre no da espera. Pudimos constatar que, para la mayoría de visitantes, ese es el único alimento del día.
"Yo vengo desde hace dos años. Soy reciclador, vivo solo en una pieza de madera; además me toca pagar arriendo. Antes comía solo lentejas o pasta y me sentía muy debilucho, ahora puedo probar pollo, carne y hasta jugo y me siento mejor de salud", fue uno de los testimonios que más impactó sobre las historias que uno se puede encontrar al rededor del hambre, la necesidad y la pobreza.
Estos espacios fueron creados en el año 2006 por el entonces alcalde de Bogotá, Luis Eduardo Garzón, en el marco de su política pública "Bogotá Sin Hambre", él fue quien por primera vez acuñó esa frase para ayudar a miles de personas de escasos recursos que vivían en inseguridad alimentaria.
Al ser consultado sobre el particular para esta nota nos comentó, "puede que estas medidas no superen la pobreza, pero logran resultados importantes en la calidad de vida de las personas que la padecen"
Nos encontramos también con don José, él dice que es vendedor ambulante y víctima del conflicto. Vive solo y asegura que el rebusque no le da para comer dignamente. "Yo la verdad vivo muy agradecido por este comedor, ahora que puedo comer pollito y carne me siento feliz", expresó muy conmovido con lágrimas en sus ojos, valorando ese plato de comida humeante y caliente que le esperaba para almorzar.
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Nos llamó la atención también que sobre las 11:30 de la mañana comenzaron a llegar muchos menores, entre los 8, 9, 10 y 12 años. Algunos venían con el uniforme de su colegio y otros, simplemente, pasaban tímidamente. Se registran en un libro y entran apresurados a coger su bandeja para que les sirvan. Temen que se acabe la comida y no alcancen a almorzar.
"Muchos de nosotros venimos desde muy lejos, porque allá donde vivimos no tenemos donde comer, por eso venimos tan temprano, almorzamos y después nos vamos corriendo para llegar al colegio", dijo una de las jovencitas, quien al final agregó que en su casa no alcanzaba la comida para todos y que por eso agradecían poder al menos almorzar gratis en ese comedor.
Hace 20 años fueron creados 300 comedores, pero con el paso de los años, por polémicas y políticas de las administraciones anteriores, desaparecieron más de la mitad. En la actualidad, solo quedan 115.
Pero el hoy alcalde de Bogotá, Carlos Fernando Galán, para darle continuidad a esa política inicial de Lucho Garzón lanzó su agresiva campaña “Bogotá sin hambre 2.0” mediante la cual creará otros 50 comedores comunitarios con los que piensa extender esta ayuda alimentaria a más población objetivo, incluso los migrantes y refugiados.
Y pues, efectivamente, encontramos varios ciudadanos de origen venezolano en el comedor de Pardo Rubio, en su mayoría mujeres, que van llegando con sus hijos pequeños, quienes entran corriendo buscando alguna mesa vacía que les permita sentarse y aguardar a que u madre le sirva sus bandejas con alimentos que ingieren con premura y alegría.
Saludamos a tres de estas madres venezolanas que nos permitieron revelar sus nombres, Rosmery Montero, Kitxia Romero y Fabiana Vega: muy conmovidas, nos contaron todas sus historias de vida desde que salieron de Venezuela y llegaron a Colombia buscando un nuevo horizonte. Dicen que de no ser por este servicio gratuito de comida, sus vidas serían más penosas de lo que ya son.
"Llegué de Venezuela hace varios años, viví muchos meses viviendo de la caridad de la gente y los trabajos diarios que conseguía mi esposo, tenemos 3 hijos y solo hasta hace 1 año, desde que estamos viviendo aquí, volvimos a comer pollito, carne y verduras, antes era muy duro", dijo una de ellas.
Según datos de la Secretaria de Integración Social, la entidad que dirige y acompaña este proceso por parte del Distrito, en la capital hay más de un millón de personas que se encuentran en inseguridad alimentaria, según las cifras que entrega el Programa de Alimentos de la ONU. Es decir, el 13% de la población de la ciudad no tiene acceso o no puede comprar la comida necesaria para sobrevivir.
A las cifras anteriores hay que agregarle que según el más reciente informe del Dane, el 8.1% de la población se encuentra en pobreza extrema y un 4.2% en inseguridad alimentaria, es decir, han dejado de acceder y de consumir alimentos 321 mil personas en tan solo Bogotá.
Es precisamente para esa población flotante que van dirigidas todas estas políticas públicas de seguridad alimentaria y nutrición. Al respecto, el secretario de integración social, Roberto Angulo, dijo que la apuesta de construir otros 5O comedores comunitarios, es para ampliar el cubrimiento de la población en servicios de componente alimentario de 924 mil a 982 mil, para un crecimiento del 6% en cobertura.
Este programa ha recibido muchas criticas de sectores opositores porque lo califican de asistencialista y que quizá no es sostenible en el tiempo. Pero como me dijo Lucho Garzón en su mandato, tras la entrada en funcionamiento de los primeros 300 comedores comunitarios, logró disminuir en un 26% el índice de desnutrición crónica en menores de 12 años.
Este realmente se ha convertido en uno de los mejores programas de inclusión social para los mas pobres y vulnerables, política que ahora con bombos y platillos le da continuidad el alcalde Carlos Fernando Galán.
Al final de nuestro recorrido le pregunte a doña Mercedes, una señora de unos 70 años, quien almorzaba sola en un rincón del comedor. ¿Si no existiera estos comedores, usted donde comería? Y ella me responde: Pues me tocaría volver a pedir limosna.