Ahí está, dispuesto por la Policía colombiana, el cancerbero de la noche al cuidado de nada. En una zona donde la percepción de seguridad no es verde, un solo uniformado custodia 9.000 metros cuadrados de suelo yerto en el que se dibujan líneas que recuerdan lo que fueron las paredes de El Bronx en Bogotá.
Marcan las 8:43 p.m. cuando Manuel mueve los labios dos veces hacia el frente -en las calles no se señala- para hacer saber que, en aquella esquina, de aquel planchón contiguo al edificio neoclásico de la vieja Escuela de Medicina de la Universidad Nacional y hoy Batallón de Reclutamiento del Ejército, estaba ubicado su hogar.
“Vea, ahí vivía yo con mi familia. En ese cuartico fue donde me decidí a dejar el bazuco (residuo de la cocaína cocinado en gasolina, mezclado con cualquier cantidad de sustancias cáusticas)”, cuenta Manuel, mientras reitera que la intervención del 28 de mayo de 2016, en la que las autoridades entraron con armas y escudos a la llamada “Ele” de El Bronx para desalojar a sus habitantes, fue una maniobra ordenada por el exalcalde Enrique Peñalosa con la que, paradójicamente, se beneficiarán muchas personas, “menos los habitantes de la calle”.
A las 4:00 a.m. de ese 28 de mayo, El Bronx dejó de existir como uno de los mayores mercados de droga y prostitución en Bogotá para transformarse en un pueblo fantasma.
Tras la embestida policial y el consecuente desplazamiento interno del sector, la Alcaldía aceleró la demolición de edificaciones y la expropiación de lotes para iniciar lo antes posible el rebautizado Bronx Distrito Creativo, un proyecto que pretende consolidar actividades culturales y comerciales destinadas al circuito turístico en esta parte de la ciudad.
Si bien la pasada administración aseguró que con este plan se busca generar 875 empleos directos en la construcción de “una integración arquitectónica” en el barrio Voto Nacional, muchos de los habitantes de la calle que están asentados en la localidad de Los Mártires se preguntan cómo los favorecerá esta iniciativa.
Para Smith, ‘El Mono’, ‘Polo’ y el mismo Manuel (conocido como ‘El Acolchonado’ debido a la resistencia de su cuerpo para tolerar el garrote policial), este tipo de promesas no son más que “pirotecnia verbal” que desconoce sus realidades y dinámicas.
Los arriba nombrados son habitantes de calle que trabajan en la Fundación Arcupa, dirigida por el fotógrafo y gestor cultural John Herbert Bernal.
En el marco de actividades académicas, culturales y antropológicas, ellos buscan darle un resignificado al hostil ecosistema callejero.
“Por medio de caminatas nocturnas en las localidades del centro de Bogotá, que se realizan con estudiantes, profesores, investigadores, urbanistas, artistas y ‘parches’ involucrados en procesos comunitarios de otras ciudades de Colombia, desarrollamos un reconocimiento del territorio desconocido. Hacemos particular énfasis en los procesos creativos de sectores como Los Mártires, La Candelaria, Santa Fe, Chapinero y San Cristóbal, donde Arcupa tiene mayor incidencia”, explica Bernal.
Por ejemplo, y como parte de este reconocimiento del espacio, los guías decodifican el uso del lenguaje marginal. “Una 'luca' son mil pesos; una gamba, cien pesos; repelar, pedir comida; retacar, es pedir plata; gurbia, es hambre; liebre o culebra, es enemigo; picar arrastre, es llevar a alguien engañado a un sitio para hacerle mal; sayas, son los que imponen la ley; y trabuco es un arma de fabricación casera.
Nosotros a la policía no le decimos los ‘tombos’, se les llama Mario o 18 o José o Cacas”, enseña ‘Polo’, al tiempo que Smith, en voz baja, le explica a uno de los asistentes de la excursión que la reinversión de 35.000 millones de pesos (USD 10 millones) en el parque Tercer Milenio fue una “maricada, socio”.
Dicho parque es una mole de cemento que se construyó sobre lo que fue El Cartucho, la zona de tolerancia donde los habitantes de la calle podían pernoctar por 4.000 pesos la noche en una suerte de hoteles y un lugar en el que Medicina Legal recogía día a día los cadáveres lanzados en un "container" a las orillas de la Avenida Caracas.
Estos recorridos nocturnos -añade Bernal- son el eje del trabajo de esta fundación sin ánimo de lucro que financia talleres de formación “para jóvenes ‘invisibilizados’ de estas localidades”.
Gentrificación y necropolítica
Las palabras de ‘El Mono’ son, si se quiere, menos anecdóticas que las de sus compañeros. De entrada, rechaza los titulares maniqueos de la prensa que profundizan la estigmatización hacia los residentes de Los Mártires, lugar donde nació. Además, alerta por el inevitable proceso de gentrificación que sufrirá el barrio donde se crió.
Esta misma preocupación la comparte John Bernal, quien advierte que hay dos palabras fundamentales en el escenario: gentrificación y necropolítica.
La primera, según el geógrafo e investigador colombiano Adrián Manrique, se refiere “al desplazamiento paulatino de grupos de altos ingresos a un espacio central urbano deteriorado, con la intención de mejorar sus condiciones físicas, sociales y económicas; lo que, en paralelo, desencadena impactos urbanísticos, como la salida de la población residente de bajos ingresos, y el surgimiento de problemáticas de segregación social”.
La segunda, manifiesta Bernal, “es la copia de todos estos programas que se instalan en barrios periféricos de otras ciudades del mundo y que el Estado, por inercia, asume funcionará acá. Es decir, en ese modelo de ciudad no se está pensando en la gente que se verá obligada a moverse debido a la llegada de grupos poblacionales con más dinero”.
Bajo estos términos, habrá que seguir preguntándose: ¿vale la pena construir un bulevar techado en El Bronx que probablemente empujará a sus residentes hacia la periferia, donde los problemas de hacinamiento son graves?