El tintero que ‘calienta’ las noches de Bogotá sobre una bicicleta: Emilio Luna
Montado en su bicicleta, desde hace cinco años, Emilio Luna recorre las principales calles de Bogotá con sus seis termos cargados de café, aromática y mantecadas. Cubierto desde los pies hasta la cabeza para refugiarse del frío, emprende el viaje desde las 11:00 p.m. para ofrecerle sus bebidas calientes a quienes al igual que él, pasan la noche en vela.
Un hombre sereno, tranquilo, tímido y de pocas palabras. Pero eso sí, dice él, muy trabajador y honrado. No le da pena ser tintero, por el contrario, ama lo que hace.
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Muchos de sus clientes ya lo conocen y esperan a que llegue montado en su ‘caballito de acero’ para ‘calentarlos’ con un buen café cargado.
Aunque lo ven cada noche, muchos ni siquiera saben su nombre. Casi todos le dicen Iván por un malentendido que ocurrió hace años, pero él nunca se tomó el tiempo de aclararlo.
“Una vez un señor me dijo ‘Iván’, todos me decían ‘vecino, vecino’. Me cambiaron el nombre, pero no me iba a poner a pelear por eso. Hay que dejarlos y llevarles la corriente, no hay que discutir esas cosas”, contó entre risas.
#RCNMundo | Desde hace cinco años, montado en su 'caballito de acero', Emilio Luna, de 62 años, recorre las calles de #Bogotá vendiendo tinto y mantecadas. La pérdida de su trabajo y un cáncer que le arrebató a su esposa, lo impulsaron para patrullar la ciudad cada noche. pic.twitter.com/z1c6oA4XoN
— Valesca Alvarado Ríos (@valescaalvarado) May 27, 2022
Empezó a vender tintos cuando se quedó sin trabajo y su esposa enfermó de cáncer. Antes ayudaba en obras, fabricaba calzado, estuvo en un taller e incluso hizo un curso de peluquería canina. No obstante, asegura que a los 62 años ya nadie lo contrata.
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Recuerda que no tenían recursos y las necesidades eran cada vez mayores. Un par de termos, mucha voluntad y un esfuerzo para vencer el sueño fueron la cuota inicial para iniciar su negocio.
“En la pandemia no teníamos ningún tipo de ayuda, ella me preguntaba que qué iba a hacer y yo le decía que tranquila. Ella murió de un cáncer de estómago en junio del año pasado”, expresó Emilio.
#RCNMundo | Es un hombre sereno, tranquilo, tímido y de pocas palabras. Pero eso sí, dice él, muy trabajador y honrado. No le da pena ser tintero, por el contrario, ama lo que hace.
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Desde las 6:00 p.m. empieza con la preparación de sus bebidas, empaca y ordena las mantecadas en un recipiente transparente que lleva amarrado en la parte trasera de su bicicleta y se cerciora de que todo esté listo para la jornada. Confiesa que no es fácil, menos en las noches de lluvia, pero la necesidad es mayor que las excusas.
“Son muchos gastos. Hay que invertir en vasos, café, mantecadas, hierbas y cigarrillos. Algo queda, pero no alcanza para las cosas, me toca apretarme el cinturón. La noche es dura, no es fácil, pero hay que tener corazón”, agregó Emilio a la vez que atendía a un grupo de trabajadores que aprovechaban la descongestión de la noche para pintar algunas calles.
Empieza el recorrido en la Calle 26 y aprovecha cada estación de Transmilenio para ofrecer sus productos.
Las clínicas y algunos bares también son buenos lugares para hacerse los $40 mil o $60 mil que le pueden quedar en una noche. Tiene destreza en las manos y experiencia suficiente para no quemarse mientras sirve las bebidas calientes.
Aunque dice que no tiene clientes fijos, hay quienes esperan para comprarle algo, los productos más pedidos son la mantecada y el café.
“Hay que ayudar a la gente que lo necesita. Uno puede comprar en un local o en la panadería, pero la idea es ayudar a la gente del barrio”, aseguró José Barrera, quien trabaja en una clínica de la ciudad y le hace la compra siempre que está de turno. Eso sí, siempre y cuando no se le ‘descuadre’ lo del bus.
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La jornada es larga y muchas veces peligrosa en zonas donde algunos amigos de lo ajeno suelen rondar, pero a Emilio, por fortuna, nunca le han hecho nada.
Termina a las 5:30 a.m., llega a casa, duerme y con lo poco que le queda luego de pagar deudas y comprar los insumos para su negocio, busca algo de comer y se prepara para empezar nuevamente a patrullar las calles de Bogotá montando en su caballito de acero con sus termos de café, aromática y otras bebidas calientes.